domingo, 6 de diciembre de 2015

De Gataflora y los cuentos de hada en la niñez

De niña, me encantaba que me contaran cuentos de hadas. Me hacía feliz que papá, mamá o alguna tía repitieran incesantemente esos cuentos que yo sabía de memoria. A medida que ellos lo contaban yo en silencio iba controlando que respetaran todos y cada uno de sus episodios y no omitieran palabra o suceso o detalle alguno.Lo que más placer me producía eran las partes donde las calabazas se convertían en carruajes espléndidos para las protagonistas por obra de una hada bondadosa y justa quetenía una varita coronada por una estrella mágica. O cuando los príncipes besaban a las protagonistas dormidas por algún hechizo de una bruja maléfica. Las lámparas todopoderosas o los tesoros ocultos que permitían un giro de ciento ochenta grados en la vida de quienes llegaban o descubrirlos. 




Crecí. Mejor dicho pasaron los años. Comencé a acuñar en mi romántico corazón americanas películas y sus consecuentes happy end.Las protagonistas, hermosas subían al lujoso auto del príncipe, que en este caso tenía más look de hombre perfecto, tan parecido a papá!...El mar, la luna paradisíacos paisajes que incluían casa ostentosamente bellas y vertiginosos hoteles conformaban el marco del romance. Todo, todo, a pesar de algunos duros obstáculos que los protagonistas debían sortear, finalizaba con forma de felices corazones. Qué linda era la vida.El tiempo transcurrió. Llegaron las novelas de la mano de la TV. los inolvidables grillos de Alberto Migré y sus historias de amor y pasión tiñeron mis quince años...Que bello era todo. La vida era hermosa y el amor, promesa incandescente, se confundía con la pasión en un torrente incontenible que inundaba, desbordaba todo mi ser. Tanto y con tanta fuerza que se me confundió todo. Era tan niña aún. Me creía románticamente dueña del mundo. Así nomás.Nadie nunca se tomó el trabajo de explicarme que estaba equivocada. Yo nunca me preocupé por fijarme si esto era verdad o no. Así comencé a recorrer un largo y duro camino por el cual siempre tarde llegaba al lugar equivocado.Mi inmaculado vestido de novia y una capilla en medio del campo al atardecer fueron mudos testigos de uno de los tantos eventos de mis confusas decisiones. Cuando quise acordar nada había quedado, ni el príncipe ni mi hermoso traje ni el paradisíaco lugar donde transcurrió la luna de miel con síntomas, los primeros, de hiel. Se terminó la miel y nos quedó a ambos la luna.Un juez de carne y hueso que nada se parecía a un actor norteamericano hizo rápidamente justicia en esta situación donde no había más un cartel que decía end. Los ni sin pena ni gloria menos posesiones para pelear. Otra vez en la vía. Pero ahora supuse, hallaría algo que compensara tanto dolor y sufrimiento. Encontré príncipes de papel que me contaban cuantos que yo cuidaba minuciosamente que tuvieran todos los detalles. Compulsivamente decía querer encontrar el amor de mi vida e inmediatamente corría con vértigo hacia el lado opuesto. Seguro gatita que a Ud. le pasó otra cosa.

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